"No hay que regalar las palabras nobles a los canallas" Osvaldo Soriano

"No hay que regalar las palabras nobles a los canallas"  Osvaldo Soriano
VIERNES - 7 pm - www.fmurquiza.com - FM 91.7

CIELO Y TIERRA en la Blogosfera

Hemos creado este blog, a partir de nuestro programa de radio "Cielo y Tierra", para intercambiar reflexiones, experiencias y propuestas.

Nuestra esperanza es que este encuentro favorezca la construcción conjunta de una comunidad sostenida por la solidaridad, el respeto mutuo, la promoción de los derechos humanos y la mejora en el sistema político en favor de una democracia plena.
Intentamos por Cielo y Tierra:

* Despertar la solidaridad, la reflexión, la toma de conciencia y el respeto mutuo, como ejes de una convivencia social en armonía, equidad y justicia.
* Fortalecer el juicio crítico y la conciencia social
* Difundir el pensamiento mariteniano aplicado a diferentes perspectivas que componen la sociedad, (cultura, política, economía, salud, ciencia y tecnología, diálogo ecuménico e inter-religioso)

Hagamos del encuentro una oportunidad para conocernos, enriquecernos y hacer posible una sociedad mejor para todos.
Te esperamos todos los viernes a las 7 de la tarde en www.fmurquiza.com FM 91.7 para compartir una charla entre amigos, acompañada de muy buena música étnica y literatura en nuestro idioma.

Claudia Santalla y Giselle Zarlenga

jueves, 3 de mayo de 2007

LA SONRISA DE LAS GOLODRINAS (LA SONRIURE DE LES ONERETES)

Carta a sus nietos, de una abuela española que cuando niña, vivió como refugiada en Francia escapando de la guerra.


Barcelona, 12 de abril de 1997.

Queridos hijos y nietos:

Hoy he visto, desde mi ventana, llegar las primeras golondrinas. Ya sabéis que, cada año, cuando regresan siento una gran alegría y, como en anteriores primaveras, os invito a comer para celebrar todos juntos su llegada.

Esta mañana, cuando os he telefoneado para anunciaros: “acabo de ver las primeras golondrinas”, estoy segura de que habréis sonreído pensando:” ya está otra vez la mamá o la yaya, con “sus cosas”!. “Mis cosas” forman parte de mi vida y esta carta es para explicaros por qué hoy es un día tan especial para mí.

Esta alegría que siento es una alegría que viene de muy lejos. Es la misma que sentía cuando, después del largo y duro invierno, llegaba por fin la primavera a Mayet.

Tenía entonces siete años y vivíamos en Francia, en el exilio, después de nuestra guerra civil. Los inviernos me traían recuerdos muy dolorosos porque, dos años antes, mi madre y yo habíamos cruzado a pié los Pirineos en febrero del 39. Para los refugiados sin recursos, como nosotros, la vida en Francia era muy difícil.

Mayet era un caserío en la Dordogne, con media docena de familias de campesinos, unas plantaciones de tabaco, un riachuelo, un castillo y una casa en ruinas: la nuestra!. Sin agua, sin electricidad. Recuerdo cómo se veía el cielo a través del tejado y, entre las tejas rotas, la silueta de unas ratas enormes, como conejos. Lo peor era por la noche. Las ratas bajaban y teníamos tanto miedo, que mis padres y yo dormíamos juntos, con un garrote al lado de la cama para defendernos.

El colegio más próximo estaba a cuatro kilómetros y los niños de Mayet nos reuníamos muy temprano al pié del castillo para ir juntos al colegio. Recorríamos cada día ocho kilómetros por unos caminos de carro, mal calzados con nuestras “galoches” (botas de cuero con suela de madera). En invierno, cuando llovía ó nevaba, esperaba inútilmente. Los niños no venían y yo tenía que irme sola, muerta de miedo, porque todavía era de noche y había de pasar por delante del cementerio.

Pasaba también mucho frío y como no tenía guantes, mi madre dejaba toda la noche entre las brasas de la chimenea, dos piedras redondas y lisas. Por la mañana, estaban muy calientes y me las envolvía en un papel para ponérmelas en los bolsillos de mi abrigo.

Y otra vez, el hambre. Comíamos en el colegio y yo sólo llevaba un par de patatas hervidas con piel ó unas castañas. Alguna vez, robaba remolachas por el camino. En cambio, los otros niños traían una fiambrera llena de comida. La maestra las ponía al lado de la estufa de la clase y todavía me parece oler aquel aroma que desprendían, sobre todo cuando contenían trozos de pato u oca confitados. Yo no llevaba fiambrera y, al lado de la estufa, sólo estaban mis dos piedras redondas y lisas. Era la pobre refugiada que iba a la escuela con el estómago vacío pero ahora me doy cuenta de que también era la única que tenía las manos calientes. Y otra cosa que solamente yo tenía: unos preciosos tirabuzones rubios y un lacito blanco. ¡Cuánto me quería mi madre, y que pena que yo no me diera cuenta!.

Los niños pueden hacer mucho daño sin querer, ó queriendo. No lo sé. Por ser refugiada, era el objeto de sus burlas a la hora de comer y de su rechazo al salir al patio. Nadie quería jugar conmigo porque decían que pertenecía a una “sale race d’espagnols”. Y me quedaba apoyada en la fuente del patio. Me abrazaba a ella buscando cariño y me sentía la niña más desgraciada del mundo.

No me quedaba ni el consuelo de volver a casa porque mis padres llegaban muy tarde, agotados, y sólo hablaban de lo muy preocupados que estaban por la invasión de los alemanes. La historia se repetía. Habíamos sufrido una guerra y de nuevo, nos habíamos metido en otra. La Segunda Guerra Mundial!. Me sentía muy sola. No sabía expresar mis sentimientos y solo podía formular una pregunta: “mamá, ¿por qué no me quieren los niños?”.

Pero, un día llegaban las golondrinas y todo se llenaba de luz y alegría. Por fín, era otra vez primavera!.

Esto significaba que se iría el invierno y que ya no pasaría tanto frío. Pronto madurarían las primeras frutas y podría robar cerezas al ir a la escuela. No me avergüenza confesaros que, en aquel tiempo, robaba toda la comida que podía porque pasaba mucha hambre.

En primavera, los días serían más largos y no tendría tanto miedo por aquellos caminos. Las golondrinas me anunciaban que, por fín, ya habían llegado los días en que vivir en Mayet no sería tan duro y tan triste. Los campos se llenarían de flores. Podría ir a coger violetas en el pequeño riachuelo. Y un día, faltaría a la escuela. Era mi día. Me parece que no os había dicho que vuestra abuela hacía novillos. No está bien. Pero eran otros tiempos, otras circunstancias y yo, aquel día, me sentía libre, feliz y aprendía un montón de cosas.

Aprendí a descubrir, paso a paso, las maravillas de la primavera. La flor rosa que se convierte en una roja y dulce cereza, los nidos de los pájaros en los arbustos, los campos que se van llenando de “coquelicots” y “boutons d’or”. Recuerdo también, cómo me gustaba tenderme boca abajo en los prados para oler la tierra. La olía y también la sentía. Notaba que, debajo, había vida y la tierra respiraba. Era una sensación extraña. La misma sensación que cuando abrazaba los árboles. Les hablaba, les contaba mis penas y mis alegrías y estoy segura que ellos me comprendían y me consolaban. Percibía toda la actividad de la primavera en el interior de sus troncos.

Cuando vives en el campo y tienes siete años, la primavera es un mundo maravilloso lleno de sorpresas y la vives con admiración y alegría.

Por esto, hoy al ver llegar las primeras golondrinas, vuelven también aquellos recuerdos. Y me siento feliz. Y me alegra comprobar que cincuenta y seis primaveras después y, a pesar de lo dura y triste que fué mi infancia, la vida me ha curtido pero no me ha endurecido y todavía soy capaz, a mis sesenta y tres años, de emocionarme al ver llegar las primeras golondrinas. Qué bonito es hacerse mayor a golpe de primaveras!.

No sé cuantas me quedan todavía por recordar y disfrutar a vuestro lado. Por esto, he querido contaros hoy lo mucho que significan en mi vida estos recuerdos de mi niñez.

Y cuando llegue mi última primavera, no sufráis. Estoy segura de que, de alguna manera y esté donde esté, continuaré celebrando otras primaveras.

Y si algún día, al mirar por la ventana veis una golondrina, quizás os acordareis de que fuí feliz a vuestro lado, de que os quise mucho y quizás, también como hoy, me dedicareis una sonrisa y comprenderéis que para todo el mundo la primavera no significa lo mismo.

Un abrazo!

Con todo mi cariño,

Josefina



fuente: educarueca

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